miércoles, marzo 28

EL AMOR Y LA EXISTENCIA DE LOS DEMÁS



El que ama de verdad desea la existencia del ser amado, siente que debe existir, que es bueno que exista y debe seguir en la existencia. Su valor interno lo pide. El amor verdadero no se reduce a querer el halago que producen ciertas cualidades de una persona. Se dirige a la persona como tal, como un ser real al que se estima profundamente.




Entre los seres humanos, solo se reconoce plenamente la existencia de aquellos a quienes se ama. La creencia en la existencia de otros seres humanos como tales es amor.
El único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. Por eso belleza y realidad son idénticas. Por eso la alegría y el sentimiento de la realidad son idénticos.
Amor imaginario por las criaturas. Estamos atados por una cuerda a todos los objetos que nos atan, y una cuerda siempre puede cortarse. También estamos atados por una cuerda al Dios imaginario, al Dios cuyo amor es también atadura. Al Dios real no se está atado porque no hay en ese caso cuerda que pueda cortarse. Penetra en nosotros. Únicamente el puede penetrar en nosotros. Todas las otras cosas permanecen afuera, y no conocemos de ellas mas que las variable, tensiones de grado y dirección impresas a la cuerda cuando hay desplazamientos en ellas o en nosotros.
El amor tiene necesidad de realidad. Amar a través de una apariencia corporal a un ser imaginario, ¿que hay mas atroz, cuando uno se apercibe de ello? Mas atroz que la muerte, pues la muerte no evita que el amado haya sido. Es el castigo al crimen de haber alimentado el amor con la imaginación.
Es una cobardía buscar en los que se aman (o desear darles) otro consuelo que el que nos dan las obras de arte, que nos ayudan por el simple hecho de que existen. Amar, ser amado, es darse mutuamente esta existencia mas constantemente presente al espíritu. Pero debe estar presente como la fuente de los pensamientos, no como el objeto. Si hay el deseo de ser comprometido, no es para si, sino por el otro, a fin de existir para él.
SIMONE WEIL, La gravedad y la gracia
(Sudamericana, Buenos Aires, 1953,
pp. 246-250)

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