domingo, junio 1

RESPONSABILIDAD

EL IDEAL Y LA RESPONSABILIDAD


Cuando respondemos a la llamada de un ideal, nos volvemos responsables. Y en este caso, responder tiene como significado asumir activamente un valor, darle vida, realizarlo en la propia existencia. Esa realización se lleva a cabo gracias al impulso y energía que nos facilita el valor mismo.


La Cima
Quizás algunos privilegiados de los que me leéis hayáis visto, con vuestros ojos propios ojos y total certidumbre, el objetivo de vuestra vida; aquello a lo que sabéis que ha de estar dedicada y sin lo que os sentiríais en esencia frustrados. Se trata de un codiciable primer don, o de una codiciable primera conquista. Pero a partir de ellos, hay que hacer todo lo demás, que es justamente todo. No es raro que a menudo se identifique la meta adivinada con su consecución, y el ardiente deseo de llegar con la satisfacción de haber llegado. Sin embargo, la vida es dinámica pura, tensión progreso, intensidad, impaciencia, ascenso, impulso, respuesta sucesiva. Aquel que se siente está perdido; aquel que se contente no tendrá más que aquello que le produce su contento.


Allá lejos vemos la montaña. Hay días en que nos parece irreal, como un telón de fondo que la lontananza trasforma en pintado e imposible. Hay días en que la percibimos entre brumas, velada y más distante que nunca, con sus intactas nieves perpetuas que nos rechazan y, erguidas frente a nosotros, nos vedan el acceso. Hay días en que las vemos claras y radiante, maternal e invitadora...
Allá está la montaña, coronada por la alta cima. Alguno sabe que su destino es ascender a ella, y se solaza con la ilusión. Pero el ascenso no se reduce a proyectar el día de la partida, los planes, las etapas, los trebejos, las cuerdas. Hay que ponerse en marcha: levantarse y avanzar. 


Lo primero es abandonar el valle: el valle conocido y complaciente. Comenzar el trabajo, acaso por la cara de la montaña que no recibe el sol,

acaso por la que lo recibe demasiado. Dejar atrás los caseríos que nos invitan a descansar. Seguir de día y de noche la vocación de la difícil cima, con tanta frecuencia oculta, y en muy contadas ocasiones sonriente y despejada. Dejar atrás las navas donde la vida es fácil, y donde habitan nuestros antecesores rendidos, o resignados, conformes con lo que consiguieron.

La llanura es a veces demasiado ancha: nos da la sensación de que nada hemos adelantado, sino que, por el contrario, sin saber cómo ni por qué retrocedimos. Son las peores tentaciones: flaquear, tirarlo todo al abismo, volver a la tibieza y a la comodidad.


Para evitarlas, desde el principio, el deseo de la ascensión ha de ser vuestro, resueltamente nacido de vuestro corazón no influido por otros; si no es así, no subiréis jamás. Un deseo rotundo, positivo y flamígero, seguido de un esfuerzo que en muchas circunstancias, juzgaréis más grande que vuestros propios bríos. No bastará la renuncia a otros sueños, ni el desecho de otras oportunidades: se precisa un compromiso y una involucración apasionados, y la asistencia de los guías mejores, y toda la sabiduría que sólo da el camino, y el mayor autodominio para apretar los dientes y proseguir. Porque son muchos los convocados por la señera gloria de la cima, pero nunca muchos los que acaban por poseerla.

Hay que destruir la primera y más próxima barrera que os impida emprender el ascenso; pero subsisten luego muchas otras, que hay que romper también _ ignorancias ajenas, recelos, prejuicios, mezquindades_, porque, si no, os impedirán la victoria. Y tendréis que aprovechar, más aún que la ajena, vuestra improvisada experiencia, puesto que no hay dos modos iguales de escalada. La revolución que ella significa la deberá hacer cada uno contra las opresiones, y el falso dominio, y el falso amor, y las envidias, y también contra la autosatisfacción.


Equipados de este modo, comprobaréis que vuestra fuerza crece a medida que subís, como si la cima os atrajera. Y es que os atrae, y que os acercáis a ella como el hierro al imán. Ella será la fuente de vuestro entusiasmo y de vuestra abnegación. Y así, cuando la poseáis y ella os posea, confirmaréis la siguiente verdad: EL MISTERIO DE LA CIMA SÓLO SE ABRE A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD. 
ANTONIO GALA, Carta a los herederos
(Planeta, Barcelona, 1995, pp. 251-253)