sábado, abril 28

LA PERSONA AUTENTICA VIVE DE PRINCIPIOS

"Charlot", el personaje que popularizó Chaplin, siempre transmitía un mensaje que es constante, recurrente en todas sus películas: un mensaje de amor, de ternura, de sensibilidad abierta, de encuentro con el otro, con el necesitado. De rechazo a la vanidad, de rechazo al poder por el poder, de solidaridad, hombre de principios y doctrinas; todo eso es Charlot y Chaplin a la vez.


Para ser auténticos, nuestra vida debe asentarse en principios sólidos, bien pensados y bien asumidos. A la luz de nuestros días deberíamos poder discernir lo que es justo o injusto, noble o ruin, constructivo o destructivo y tomar decisiones certeras. Esto nos confiere "personalidad", un modo de ser bien definido, y capacidad de iniciativa. Mas sin embargo, vivimos de una sarta de mentiras, de convenciones, de farsas, de cinismo, de engaños. Estos motivos no tiene nada que ver ni con la educación, ni con el decoro, ni con la cortesía, ni con la tolerancia que debemos tener  para con los defectos de los demás.  No se trata de eso. Mentimos en lo que no puede ofender a nadie; mentimos en los principios. Miente al país un político cuando intenta definir su doctrina, puesto que, o por no tener doctrina o por ocultarla, no la define. Miente el diputado cuando combate una ley o un gobierno si solo le combate por cuestiones de partido y no por razones de orden moral que están por encima de todas las conveniencias partidistas. Miente un gobierno al combatir a un diputado si él gobierna sin doctrina y sin propósitos de una absoluta honradez de conducta. Miente a los creyentes el sacerdote que predica sin fe, o que para dar pruebas de su vanidad predica trivialidades de una erudición barata en vez de explicar con sencillez, gravedad y fervor la doctrina cristiana que ya casi todo el mundo ha olvidado.
No deberíamos tener derecho al menor movimiento si no es en nombre de una sincera convicción. 
Vivir sin ninguna convicción es como viajar sin itinerario. El hombre que se mete en cualquier tren para que este le lleve donde le dé la gana, es un perturbado. 
El primer deber del hombre es opinar, y para opinar hay que grabar en el alma algún principio, alguna doctrina.