Erase una vez una tetera muy arrogante; estaba orgullosa de su porcelana, de su largo pitón, de su ancha asa; tenía algo delante y algo detrás: el pitón delante, y detrás el asa, y se complacía en hacerlo notar. Pero nunca hablaba de su tapadera, que estaba rota y encolada; o sea, que era defectuosa, y a nadie le gustaba hablar de los propios defectos, ¡bastante lo hacen los demás!. Las tazas, la mantequera y la azucarera, todo el servicio de té, en una palabra, a buen seguro que se había fijado en la hendidura de la tapa y hablaba más de ella que de la artística asa y del estupendo pitón. ¡Bien lo sabía la tetera
Todo esto pensaba la tetera en los despreocupados días de su juventud. estaba en la mesa puesta, manejada por una mano primorosa. Pero la primorosa mano resultó torpe, la tetera se cayó, rompióse el pitón y rompióse también el asa; de la tapa no valía la pena hablar; ¡bastante disgusto había causado ya antes! La tetera yacía en el suelo sin sentido, y se salía toda el agua hirviendo. Fue un rudo golpe, y lo peor fue que todos se rieron: se rieron de ella y no de la torpe mano.
HANS CHRISTIAN ANDERSEN, Cuentos completos
(Labor, Barcelona, 1959, pp. 649-651)
A LA VUELTA DE CIERTAS VANIDADES, CONVIENE APRENDER QUE LO IMPORTANTE ES LA VIDA QUE UNO ALBERGA EN SU SER PARA OFRENDARLA A LOS DEMÁS. ESA GENEROSIDAD NOS HACE AUTÉNTICOS