El bebé necesita ser acogido por la madre, el padre y demás familiares. Ese acogimiento funda entre ellos una red afectiva, un ámbito de tutela y amor.
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Esta relación cálida de acogida infunde al niño un sentimiento de confianza incondicional con el entorno.
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La falta de esta relación confiada se traduce a menudo en conductas desajustadas, violentas.
Desafortunadamente, para muchos pequeños, la agresión implacable no es un drama que se desarrolla en la televisión o en el cine, ni siquiera en la calle. Es una realidad que conocen desde su nacimiento y que observan diariamente en sus casas.
Las lecciones, destructivas, que los padres enseñan a sus hijos cuando los maltratan, o cuando permiten que ellos maltraten a otros, configuran una mezcla explosiva que transforma a muchos de nuestros niños en seguros verdugos o víctimas de la crueldad.
Se sabe que el afecto, la tolerancia, la piedad y el apoyo de los padres son los requisitos principales para el desarrollo de la empatía en los menores. La capacidad de reconocer la semejanza entre el sufrimiento de otros y el de uno mismo no se adquiere a no ser que hayamos desarrollado el sentido de la unidad con otros seres humanos a través de relaciones entrañables durante la infancia.
Casi todos los niños son objeto de alguna forma de disciplina o instrucción por parte de los padres o educadores con el fin de hacerlos menos egoístas o agresivos. Pero pienso que mas que un sistema educativo de premios y castigos o de advertencias impregnadas de matices religiosos y morales, el método mas efectivo para fomentar conductas compasivas y tolerantes en la infancia es explicar y razonar con el pequeño cómo sus acciones afectan los sentimientos ajenos.
Nuestro papel de padre o madre no es natural ni fácil. Las cualidades de los buenos progenitores se adquieren y dependen no sólo del temperamento de la persona sino, además, de fórmulas y aptitudes que en su mayoría se aprenden. La educación de los niños es compleja y se extiende más allá de los límites del hogar. Los pequeños forman su colectivo, su propia cultura. Viven en un mundo dinámico, vitalista y repleto de opciones que, para bien o para mal, es independiente del medio familiar y se caracteriza, sobre todo, por el consumismo.
En nuestra sociedad, el sexo y la violencia están peligrosamente enmarañados y confundidos; por eso pienso que la presencia en el hogar de una figura masculina afectuosa, estable y respetuosa hacia la mujer facilita en los pequeños varones la identificación de un modelo masculino justo y racional.
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Podemos hacer que la bondad, la compasión, la generosidad y la empatía broten en nosotros con una extraordinaria facilidad, tan sólo con poner un poquito de estímulo de nuestra parte.
Las lecciones, destructivas, que los padres enseñan a sus hijos cuando los maltratan, o cuando permiten que ellos maltraten a otros, configuran una mezcla explosiva que transforma a muchos de nuestros niños en seguros verdugos o víctimas de la crueldad.
Se sabe que el afecto, la tolerancia, la piedad y el apoyo de los padres son los requisitos principales para el desarrollo de la empatía en los menores. La capacidad de reconocer la semejanza entre el sufrimiento de otros y el de uno mismo no se adquiere a no ser que hayamos desarrollado el sentido de la unidad con otros seres humanos a través de relaciones entrañables durante la infancia.
Casi todos los niños son objeto de alguna forma de disciplina o instrucción por parte de los padres o educadores con el fin de hacerlos menos egoístas o agresivos. Pero pienso que mas que un sistema educativo de premios y castigos o de advertencias impregnadas de matices religiosos y morales, el método mas efectivo para fomentar conductas compasivas y tolerantes en la infancia es explicar y razonar con el pequeño cómo sus acciones afectan los sentimientos ajenos.
Nuestro papel de padre o madre no es natural ni fácil. Las cualidades de los buenos progenitores se adquieren y dependen no sólo del temperamento de la persona sino, además, de fórmulas y aptitudes que en su mayoría se aprenden. La educación de los niños es compleja y se extiende más allá de los límites del hogar. Los pequeños forman su colectivo, su propia cultura. Viven en un mundo dinámico, vitalista y repleto de opciones que, para bien o para mal, es independiente del medio familiar y se caracteriza, sobre todo, por el consumismo.
En nuestra sociedad, el sexo y la violencia están peligrosamente enmarañados y confundidos; por eso pienso que la presencia en el hogar de una figura masculina afectuosa, estable y respetuosa hacia la mujer facilita en los pequeños varones la identificación de un modelo masculino justo y racional.
Podemos hacer que la bondad, la compasión, la generosidad y la empatía broten en nosotros con una extraordinaria facilidad, tan sólo con poner un poquito de estímulo de nuestra parte.