"Charlot", el personaje que popularizó Chaplin, siempre transmitía un mensaje que es constante, recurrente en todas sus películas: un mensaje de amor, de ternura, de sensibilidad abierta, de encuentro con el otro, con el necesitado. De rechazo a la vanidad, de rechazo al poder por el poder, de solidaridad, hombre de principios y doctrinas; todo eso es Charlot y Chaplin a la vez.
Para
ser auténticos, nuestra vida debe asentarse en principios sólidos,
bien pensados y bien asumidos. A la luz de
nuestros días deberíamos poder discernir lo que es
justo o injusto, noble o ruin, constructivo o destructivo y tomar decisiones
certeras. Esto nos confiere"personalidad",
un modo de ser bien definido, y capacidad de iniciativa. Mas sin embargo, vivimos
de una sarta de mentiras, de convenciones, de farsas, de cinismo, de engaños.
Estos motivos no tiene nada que ver ni con la educación, ni con el decoro,
ni con la cortesía, ni con la tolerancia que debemos tener para con
los defectos de los demás. No se trata de eso. Mentimos en lo que no
puede ofender a nadie; mentimos en los principios. Miente
al país un político cuando intenta definir su doctrina,
puesto que, o por no tener doctrina o por ocultarla, no la define. Miente el
diputado cuando combate una ley o un gobierno si solo le combate por cuestiones
de partido y no por razones de orden moral que están por encima de
todas las conveniencias partidistas. Miente un gobierno al combatir a
un diputado si él gobierna sin doctrina y sin propósitos de
una absoluta honradez de conducta. Miente a los creyentes el sacerdote que
predica sin fe, o que para dar pruebas de su vanidad predica trivialidades de
una erudición barata en vez de explicar con sencillez, gravedad y
fervor la doctrina cristiana que ya casi todo el mundo ha olvidado.
No deberíamos tener
derecho al menor movimiento si no es en nombre de una sincera convicción.
Vivir
sin ninguna convicción es como viajar sin itinerario. El hombre que
se mete en cualquier tren para que este le lleve donde le dé la
gana, es un perturbado.
El
primer deber del hombre es opinar, y para opinar hay que grabar en el
alma algún principio, alguna doctrina.